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Jodido

Cuando regresé a Lucena, tras mi etapa en Jerez, lo tuve claro: “ no quiero volver para trabajar en una fábrica, quiero buscar otras cosas”. Nunca una declaración fue más estúpida ni menos acertada. Lo mejor, o peor, de aquellas palabras fue que no tuvieron más destinatario que mi madre. Mi santa madre. Por aquel entonces volvía a casa de mis padres con la ilusión de no tener que volver a trabajar en una fábrica en lo que me quedara de vida. Hoy lo tengo por mi mayor anhelo, como un sueño imposible y la quimera más extraordinariamente complicada de lograr de cuantas me pueda proponer (reducción del perímetro barriguil incluido). ¿Quién me creía que era? desde luego no el mismo que me creo ahora. Incapaz de encontrar un empleo más allá del buzoneo puro y duro. Intento escribir estas líneas con algo de sentido del humor, pero la barrera de la realidad es demasiado alta y mis fuerzas, escasas. Se que los que me quieren al leer esto se sentirán frustrados y tristes. Lo primero

El paseante, el amigo de la infancia y el tipo del batín

Encontróme en la calle llamada de los Floristas y una idea me sobrevuela de sien a sien: ¿y si ellos no fueran ellos y fueran aquellos? Con zancada grácil cruzo por el paso dedicado a los pedestres, sito en la confluencia de la calle antes mencionada y la calle de los Estibadores. Y dicha idea se mantiene entre los lugares indicados. Es en ese momento, ni antes ni después, cuando la mirada de un amigo de los de antes y la mía se entrelazan. Él se hacía llamar, cuando éramos amigos de infancia, Gregorio y ahora, por motivos que no vienen al caso, Lucendo. El caso es que tras el intercambio de miradas sucede otro de manos, unas palabras compromisarias y un hasta luego que me dejó un sabor de los llamados agridulces. No dudo ni media milésima de segundo en solicitarle audiencia para tomar un tentempié en una de las múltiples tabernas que adornan el barrio llamado de Los Profesionales. Lucendo accede, creo que más por no incomodar mi cortesía que por deseo expreso de su cuerpo y men

Consecuentes

¿Puede un político de derechas ejercer como tal sin menoscabo de sus creencias religiosas? Ante una pregunta así no cabe lugar a dudas, o al menos no debería –a mi juicio-: No. Tengo muchos amigos que del otro lado ven una amenaza la influencia de la Fe en el modo de llevar a cabo su labor desde el escaño de un diputado/a del Partido Popular. Yo no. Son consecuentes. Ante la profunda convicción de dirigir una serie de políticas conservadoras desde el ángulo que otorga una actividad prominente en la vida de la Iglesia (católica) no tengo más que pensar que quien la lleva a cabo es un ser honesto y fiel. La honestidad que marca el hecho de dejarse imbuir por lo que cree correcto y la fidelidad a una manera de entender la vida, que siente como la mejor y pretende que todos la llevemos a cabo. El asunto está en que si, pongamos por caso, el aborto y su encaje en el código penal, o civil, o el que corresponda, ha de ser debatido por sus señorías lo más normal del mundo

El dragón de cuatro cabezas

Hubo un tiempo en que tres hombres de Fe se disputaron el liderazgo de la Iglesia Católica. El primero se hizo llamar Benedicto XIII y era considerado un antipapa. Gobernaba los designios de la cristiandad desde su lado del Cisma de occidente en Avignon y no reconocía al Papa electo en Roma, Gregorio XII. Este último había sigo designado en cónclave en 1406 con la intención de que iniciara conversaciones con el otro para que ambos renunciaran, se pudiera hacer otro cónclave y elegir un único Papa que los representara a todos, algo parecido al anillo único. Como no se pusieron de acuerdo hubo un tercer tipo que se les coló por un atajo llamado Concilio de Pisa del que salió como papa. El segundo antipapa y el tercero en discordia. A este lo eligieron los cardenales revoltosos de Gregorio XII y Benedicto XIII reunidos donde la torre torcida. Se hizo llamar Alejandro V y ese hecho tuvo lugar en 1409. A la muerte de Alejandro V el emperador Segismundo quiere poner orden en el asunto