Consecuentes
¿Puede
un político de derechas ejercer como tal sin menoscabo de sus
creencias religiosas? Ante una pregunta así no cabe lugar a dudas, o
al menos no debería –a mi juicio-: No.
Tengo
muchos amigos que del otro lado ven una amenaza la influencia de la
Fe en el modo de llevar a cabo su labor desde el escaño de un
diputado/a del Partido Popular. Yo no. Son consecuentes.
Ante
la profunda convicción de dirigir una serie de políticas
conservadoras desde el ángulo que otorga una actividad prominente en
la vida de la Iglesia (católica) no tengo más que pensar que quien
la lleva a cabo es un ser honesto y fiel. La honestidad que marca el
hecho de dejarse imbuir por lo que cree correcto y la fidelidad a una
manera de entender la vida, que siente como la mejor y pretende que
todos la llevemos a cabo.
El
asunto está en que si, pongamos por caso, el aborto y su encaje en
el código penal, o civil, o el que corresponda, ha de ser debatido
por sus señorías lo más normal del mundo es que quien defiende su
postura desde la derecha haga valer sus valores cristianos en la
defensa a ultranza, y sin atenuantes, de la vida humana -embrionaria
o en proceso.
Y así
otro tanto con el divorcio, la educación, la sanidad, los impuestos,
el concordato, etc, Y es que si la política es hacer las cosas de
una determinada manera para que el pueblo, y quien lo habita, viva de
forma satisfactoria es natural que la derecha de este país, y de
todo el orbe, pretenda hacerlo siguiendo los designios de la religión
de bandera de ese lado de la bancada congresual.
La
izquierda, por el contrario, vive en ese libertinaje sesentero que
tan malos resultados ofrece a sus votantes. No hay freno al
desenfreno, ni medidas que no se puedan tomar para evitar que puedan
seguir viviendo al límite, sin pensar en el mañana, en la ética ni
la moral. Son varios los partidos y coaliciones que malviven en el
lado oscuro de la vida y así quieren trasladar a la sociedad una
impronta de falsa libertad y excesos de permisividad.
El
señor de derechas, diputado en el Congreso de los Diputados, votante
afirmativo de una ley que dificulte a las mujeres el acceso al aborto
no se irá a la cama esa noche con la mala conciencia de estar
haciendo la puñeta, por ejemplo, a una mujer que ha sido violada por
su padre y que, a consecuencia de ello, ha quedado preñada del amor
paterno. Por contra el diputado de izquierdas, ataviado con sus
coderas y sus pantalones de pana, deberá ahogar las penas con un
botellón en el parque del barrio donde podrá consolarse con sus
camaradas por la oportunidad perdida de dar cierta dignidad a una
victima tan doliente.
Así
pues no deberíamos rasgarnos las vestiduras por ese partido de
derechas, católico y tan español que lleva a cabo sus políticas
gracias a una mayoría absoluta indiscutible. Por lo que sí
podríamos llevar a cabo algún que otro ejercicio de reflexión es
en el hecho de tener un principal partido en la oposición cada vez
más envejecido, pequeño y parecido al gobernante. Y es que si estos
siguen en el lamento comunero de que la derecha es muy de derechas y
que el canto gregoriano es cosa de los monjes de Silos dentro de tres
años las ciento diez señorías que hacen el ridículo en la
oposición cederán unos cuantos asientos a los que en verdad tratan
de acercarse más a la calle, a las plazas y al latido de una
juventud desencantada, no ya con la clase política sino con todo lo
que huela a esta democracia tan abstracta y fría.
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