El dragón de cuatro cabezas
Hubo
un tiempo en que tres hombres de Fe se disputaron el liderazgo de la
Iglesia Católica. El primero se hizo llamar Benedicto XIII y era
considerado un antipapa. Gobernaba los designios de la cristiandad
desde su lado del Cisma de occidente en Avignon y no reconocía al
Papa electo en Roma, Gregorio XII. Este último había sigo designado
en cónclave en 1406 con la intención de que iniciara conversaciones
con el otro para que ambos renunciaran, se pudiera hacer otro
cónclave y elegir un único Papa que los representara a todos, algo
parecido al anillo único. Como no se pusieron de acuerdo hubo un
tercer tipo que se les coló por un atajo llamado Concilio de Pisa
del que salió como papa. El segundo antipapa y el tercero en
discordia. A este lo eligieron los cardenales revoltosos de Gregorio
XII y Benedicto XIII reunidos donde la torre torcida. Se hizo llamar
Alejandro V y ese hecho tuvo lugar en 1409.
A la
muerte de Alejandro V el emperador Segismundo quiere poner orden en
el asunto y decide reunirlos a todos. Gregorio acepta renunciar,
Alejandro también, pero Benedicto, que era muy suyo, no. Intenta
hacer la del gato, le interceptan en la huida y le obligan a que haga
lo mismo que los otros para terminar con tanto cisma. De ahí sale
Martín V, papa único e indivisible.
Así
que oficialmente el último papa que hizo lo mismo que el de ahora,
renunciar, fue Gregorio XII. Y lo hizo por el bien de la organización
que lideraba. O eso creía él. El caso es que el de ahora que, cosas
de la vida, se hace llamar Benedicto XVI ha reflexionado sobre su
cansancio, edad y salud y ha llegado a la conclusión que lo mejor es
largarse a un convento donde tomar sopa de pescado con toda la
tranquilidad que da el haber dado el campanazo. Los medios afines a
la Iglesia no quieren mostrar a sus lectores, oyentes o tele
espectadores las intrigas que cuatro organizaciones han estado
montando desde que Joseph fuera producto de la fumata blanca. Hablo
de Legionarios de Cristo, Opus Dei, Camino Neocatecumenal y Comunión
y Liberación. Desde la llegada de Ratzinger el poder de los cuatro
jinetes del apocalipsis ha peligrado considerablemente en relación
al que ostentaban con Juan Pablo II.
El
relativo aperturismo del papa, en funciones, en temas tan espinosos
como los escándalos por abusos sexuales y un posicionamiento algo
tibio, pero sorprendente, sobre el uso de preservativo en según que
casos hizo saltar las alertas en las organizaciones
ultraconservadoras, que vieron su influencia apartada de toda
decisión sobre estos temas. Ahora que el Papa se marcha
voluntariamente no han sido pocos los especialistas de uno y otro
lado (el que que marca el seguidismo mas rancio y el que quiere saber
la verdad) que han tratado de esclarecer u oscurecer el pensamiento
de los fieles.
De
igual modo que la prensa se ha polarizado hasta unos extremos
insoportables, la Iglesia lo ha hecho entre quienes a todo les parece
bien y los que, creyentes convencidos también, piensan que existe
otro modo de llevar las riendas de su fe. Cuando hace casi
setecientos años se eligió a un noble veneciano como Papa, Gregorio
XII, con la intención de que terminaran los problemas de bicefalia
no imaginaban que un ratón de biblioteca tendría que luchar siete
siglos después contra un dragón de cuatro cabezas con un abrecartas
como única defensa, y que la cobardía de un tipo llamado Joseph
Ratzinger terminaría por minar la moral de millones de católicos
que habían encontrado una rendija por la que colar su optimismo
aunque este fuera tan frágil e irreal.
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