Jodido
Cuando
regresé a Lucena, tras mi etapa en Jerez, lo tuve claro: “no
quiero volver para trabajar en una fábrica, quiero buscar otras
cosas”. Nunca una declaración
fue más estúpida ni menos acertada. Lo mejor, o peor, de aquellas
palabras fue que no tuvieron más destinatario que mi madre. Mi santa
madre.
Por
aquel entonces volvía a casa de mis padres con la ilusión de no
tener que volver a trabajar en una fábrica en lo que me quedara de
vida. Hoy lo tengo por mi mayor anhelo, como un sueño imposible y la
quimera más extraordinariamente complicada de lograr de cuantas me
pueda proponer (reducción del perímetro barriguil incluido). ¿Quién
me creía que era? desde luego no el mismo que me creo ahora.
Incapaz de encontrar un empleo más allá del buzoneo puro y duro.
Intento
escribir estas líneas con algo de sentido del humor, pero la barrera
de la realidad es demasiado alta y mis fuerzas, escasas. Se que los
que me quieren al leer esto se sentirán frustrados y tristes. Lo
primero por no lograr que me sienta bien y lo segundo como
consecuencia directa de lo primero. Tengo que pedirles perdón por
ello y les prometo, como tantas otras veces, que intentaré cambiar
la situación. Pero hoy necesito desnudarme, alejado de comentarios
políticos, enjuiciamientos cinematográficos y tonterias varias en un momento de mi vida tan polarizado. Por un
lado esta situación, tenebrosa y ruinosa. Por otro, una boda que
espero y deseo con todo mi ser, para poner el altavoz y los focos
sobre la felicidad que siento al haber conocido y ser amado por
Lourdes.
Esa
dualidad, esas situaciones que se enfrentan por mi estado de ánimo
tienen un tercer factor, la familia, aliada de mi ser feliz y asidero
frente a la falta de recursos y trabajo que me hace resbalar y
sentirme regular, como este inicio de semana. Y si miro por la
ventana y contemplo el horizonte húmedo y rebosante de agua
llovida casi todo se cierne oscuro. Pero en esta desnudez no puedo
dejarme vencer por ese lado, pienso que junto a mí tengo al ser más
maravilloso que ha parido madre y que todo no puede sino tender a
arreglarse. Y así será. ¿Qué sería yo sin la familia que amo y
la mujer por la que cruzaría el universo?
Hoy
me he resguardado de la lluvia en casa, recogiendo pedidos. Lo he
hecho por teléfono, como no se debe hacer. Porque hay que ir a la
casa del socio. Hablo de Círculo de Lectores, por supuesto. He
podido recabar no más de diez pedidos, algunos con sacacorchos pero
igualmente válidos para la estadística. Y es que si no supero el
setenta por ciento de socios que piden el que se queda sin empleo soy
yo. Eso no se lo puedo decir a ellos, es normal. Soy un comercial de
la cultura en un lugar en que los libros se descargan, la música de
baja y las películas se ven en televisión. No hay dinero, la gente
que lo tiene no lo quiere gastar y yo tengo que apremiarles para
recogerles el pedido de algo que ni necesitan ni les va su vida en
ello.
Mi
madre es una agente de Círculo ejemplar. Ahora delega en mi hermana,
que lleva en sus genes la voluntad y acierto de nuestra madre. Yo me
desanimo con demasiada facilidad ante un no, ellas todo lo contrario.
Como si les hiciera más fuerte tratan de que esa negativa se
convierta en una positiva. Yo no tengo esa fuerza. Lo reconozco.
Trato
de sumar a mis precarias cuentas unos euros repartiendo publicidad.
Portal a portal, zaguán a zaguán, buzón a buzón. Unas veces tres
mil octavillas, otras veces cinco mil, y en unos días repartiré
diez mil. Es una manera de ganarse la vida. Tan honrada como dirigir
un banco. Bueno quizás algo más. Yo con mis acciones no desahucio a
las personas, pero si a mi orgullo. El mismo que hace casi dos años y
medio dijo que no estaba para fábricas.
Este
es un post desordenado, con acumulación de frases sin hilo ni aguja
que salen desde las entrañas y vísceras del estómago. Hoy no es
día de gracietas ni análisis que no le casi nadie, sólo de
mostrarme tal como me siento hoy, un martes doce de marzo de dos mil
trece, inmensamente feliz y al mismo tiempo muy frustrado por una
realidad en el mercado laboral que golpea como un martillo el ánimo
de muchas personas, demasiadas.
Comentarios
Publicar un comentario