A través del Espejo.

Si tuviera que definir la libertad no tendría narices a hacerlo mejor que hablando de Sergio, o Yeyo, o Mr. Mirror, o Vidademono-en-la-Jungla-Oeste. Pese a todas las maneras de las que se le puede llamar yo sigo prefiriendo hacerlo por su nombre de pila, no es que me disgusten sus otros “nombres” que o le vienen de pequeño o bien lo ha asimiliado como esa marca que identifica a quien hace cosas y prefiere un nombre distinto al de la correspondencia.

Sergio es un tipo fuerte (demasiado) es creativo, divertido e inteligente, pero lo que siempre destacaré por encima de todas las cosas son su lealtad, honestidad y sinceridad. Hablar de valores puede resultar anacrónico o, en en el infralenguaje, “poco guay” pero es lo que toca cuando se quiere describir desde dentro hacia fuera a alguien a quien se aprecia de verdad. Pocas personas (quitando a mis padres y hermanos) me conocen mejor que él, con sólo escuchar el modo en que le saludo al teléfono sabe en que estado de ánimo me encuentro, y ya no digamos al verme el careto como le gusta decir.

Siempre ha luchado por sentirse bien, por ser feliz y hacer que los demás lo sean, él mismo reconoce que es muy vehemente, a veces demasiado, en las discusiones, pero su nobleza y respeto por lo que adora está fuera de toda discusión. No conozco a nadie que me hable mal de Sergio, imagino en parte que es porque todos saben de mi amistad con él, pero lo que si percibo es el gran respeto que despierta entre los que le conocen, y el gran cariño que le tienen sus muchos amigos, porque si algo tiene Sergio son amigos, y de los buenos. Juntos compartimos la amistad de Cisco, la tercera pata de un banco en el que cada uno tiene los defectos y virtudes que le faltan al otro.

Ahora anda metido entre tatuajes, acrílicos y los estudios, pero siempre desde Granada, su ciudad, con un acento granaíno que se le ha pegado sin la mala follá (aunque según el momento...). Es diferente el Sergio de Granada al de Lucena, como debió ser distinto el Sergio de esas semanas en Barcelona con su furgo y casas okupas, pero no en el fondo sino en la sonrisa tanto externa como interna con que nos hace un poco mejor a todos. Yo le prefiero cerquita del Paseo de los Tristes, tomando un litro o unas cañas con estas tapas estratosféricas que debieran ser Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, con la cadena sujetando la cartera y la gorra perfectamente encajada. Tengo muchas más cosas que decir de este fulano que me ganó como amigo y al que considero mi hermano, al que siempre recurro. Y como muestra de su compromiso consigo mismo nada mejor que un contrato que formalizamos un día de febrero de 2004...


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