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Mostrando entradas de julio, 2011

Necesario Busfield.

Hay actores que logran hacerse un hueco en nuestro imaginario gracias a un una placa de agente del Tesoro y un grupito de colegas intocables; otros siendo desmembrados tras tocar los huevos más de lo deseable al Imperio Británico; otros que se lo ganan calándose un Fedora y armándose con un látigo y otros que lo consiguen a base de estar, simplemente permanecer. Timothy Busfield es de los últimos. Recuerdo como muy a finales de los ochenta este tipo interpretaba a un tal Elliot en una serie que marcó (por lo visto) a una generación ( “Treinta y tantos” (1987-1991) ; yo poco recuerdo de la serie salvo que salia el tan Busfield, que se llamaba Elliot y que era pelirrojo. Se ve que tenía buen agente, porque consiguió que le colaran en el reparto de una de las películas más recordadas por muchos de los nacidos a finales de los setenta, “Campo de sueños” (1989). En ella interpretaba al cuñado tocapeotas de Kevin Costner que se empeñaba en hacer ver a Amy Madigan, su hija y el héroe por a

Perspectiva.

Los sótanos, desvanes y trasteros son lugares que conviene ordenar y/o limpiar sin depresiones de por medio. Quien se encuentre con el estado de ánimo bajo es conveniente que evite una situación de este tipo. Mi equilibrio actual me ha llevado a entrar en el sótano con la seguridad de saber que nada de lo que allí me encuentre me va a afectar para mal, porque para bien siempre estamos dispuestos. Así pues junto a una madre infatigable, en cantidad de trabajo y moral, llevo dos días sumido en la búsqueda incesante del deseado orden definitivo en el sótano de la casa familiar. Pero mira por dónde que tenía que aparecer una carpeta, ya olvidada, en la que guardaba primorosamente los dibujos del año que estudié una cosa llamada (de forma pomposa) Módulo profesional de Electricidad en el Instituto de Formación Profesional Juan de la Cierva (Tetuan, 1993-1994). En aquel curso mi tutor era también mi profesor de Taller y Dibujo Técnico, Gregorio. El dibujo técnico siempre fue, junto a Li

Bajo la sábana.

Cuando uno escribe de si mismo corre el peligro de exagerar anécdotas nimias y empequeñecer otras importantes. Escribir sobre si para que los demás lo lean afecta el modo en que plasmamos en palabras recuerdos y vivencias que para nuestro foro interno fueron de un modo que deseamos expresar de otro. Yo no soy menos y quien me conoce sabe, por ejemplo, de mi tendencia al pesimismo más catastrófico ante unos huevos fritos que no han salido bien y de mis bromas e ironía ante la bomba atómica. Leyendo el párrafo anterior uno que no me conozca de nada podría pensar en lo rebuscado que es el tío para, simplemente, decir que me río de los grandes problemas para enterrar la cabeza en los sencillos. Rebuscado, otra característica que para algunos será interesante, para otros innecesaria y para la mayoría intrascendente. Quien me conoce puede sorprenderse de algunas cosas que voy poniendo por aquí y no faltará quien piense, y no diga, que para tanto no es, que no hay confesiones insólitas que

La cucharilla de café en el fregadero.

Podría ser que abres el frigorífico una tarde de julio a cuarenta grados y ves una jugosa, y última, tajada de un melón que al abrirlo ha demostrado ser el mejor del verano: puedes engullirlo sin contemplaciones o puedes dejarlo en el frigorífico para tu padre, tu madre o tu hermana. Tienes dos opciones. Sabes que tienes todas las opciones para llegar a la cama con esa chica tan atractiva y lista que te han presentado esa noche de sábado, ella te ha enviado todas las señales para asegurarte que a la hora de lanzarte a su cuello al llevarla a casa no va a rehusar tus dentelladas, pero decides no hacerlo. Puedes decirle a tu seguro y el contrario que te duele tanto el cuello desde que tuviste el accidente que has sido incapaz de volver a conducir, llevar a juicio a todo cristo para sacar una buena tajada de una mentirijilla que sólo afectará a los accionistas en su cuenta de resultados. O puedes no hacerlo. Uno puede optar en muchas de las situaciones que se nos presentan en la vida

¿Causa y efecto?

La familia Vinyard es el ejemplo de la felicidad: el padre es un bombero valeroso y la madre un ama de casa afable, los hijos son buenos estudiantes y de ellos, el mayor, es ademas un buen deportista. Planean el día siguiente mientras la conversación deriva en el discurso racista del padre frente al entusiasmo del chaval ante uno de sus profesores (negro) y las enseñanzas de este (tolerancia, respeto por los demás, etc.). Meses después el padre acude con su unidad a un barrio (negro) problemático y muere en el incendio. A partir de ahí Derek, que así se llama el hijo mayor, encamina sus pasos a una banda skin head, que lidera, y al asesinato brutal de un negro que intentaba robarle la furgoneta. ¿Causa y efecto? En absoluto. El hecho de que el padre le influenciara con un discurso racista no ha de convertirle en un nazi asesino. Los traumas generan confusión y equivocaciones a la hora de elegir el camino. No todo el mundo está a salvo del trastorno ocasionado por el shock ante la m

Los chicos de la prensa (parte primera).

En una ocasión un tipo que apenas me conocía le dijo a un amigo común que yo era excesivamente egocéntrico y que hablaba mucho de mi sin decir gran cosa. Acertó: hoy, diez años después, escribo en un blog de mis cosas. Pura egolatría. Él estaba a punto de empezar la universidad y quería ser periodista, había pasado el verano haciendo un programa en la radio local sobre canciones del verano y entre Las Ketchup y Giorgi Dann seducía a una chica que nos gustaba a los dos y que acabó en sus brazos rendida al encanto de un futuro Iñaki Gabilondo. No se que ha sido de él, pero si ha tenido el mismo tino con sus anhelos que con su descripción sobre mí es muy probable que ande desempeñando su profesión desde la redacción de algún medio. Siempre he leído todo y todos los periódicos que caían en mis manos, y lejos de estar informado (que para mi era lo accesorio) mi intención era la de disfrutar (y aprender) de periodistas que escribían sus crónicas o artículos desde la calle o el barrizal.

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Lewis Hopkins murió un 3 de julio de 1969; James Marshall, un 18 de septiembre de 1970; Lyn un 4 de octubre de 1970; Douglas Clarke un 3 de julio de 1971; Donald un 5 de abril de 1994 y Jade un 23 de julio de 2011. Un ataque de asma; la aspiración del vómito; una sobredosis de heroína; un paro cardíaco; una escopeta disparada por el mismo (a propósito) y en el más reciente por causas desconocidas, aunque no sería descabellado pensar en una de las anteriores o una combinación de las mencionadas, fueron las causas de las muertes. Todos se dedicaban a lo mismo, a hacer felices a los demás. Para ello desplegaban un talento inusual que mostrado ante el público cargaba el ambiente de magia. Eran músicos. Obviando el ataque de asma parece que todas las demás muertes estuvieron salpicadas de drogas, alcohol y autodestrucción. Parece difícil entender que quien lo tiene todo sea capaz de mandarlo a la mierda con una salida tan ruinosa. Fueron responsables de sus actos, los buenos, los regular

Palos y astillas.

Proyectista. Tras una palabra repleta de enigmáticas posibilidades se esconde la profesión que desde que tengo uso de razón ponía en el apartado de “trabajo del padre” en las fichas que rellenábamos al comienzo del curso en EGB y BUP. Cuando mis compañeros o profesores me preguntaban que era eso de proyectista yo contestaba satisfecho: “es que mi padre hace proyectos” . Desde pequeño siempre he querido saber que escondía esa frase. Visitaba su lugar de trabajo y me encontraba en su despacho con una mesa de dibujo del tamaño de una de ping-pong, libros con dibujos indescifrables y datos sobre herramientas y máquinas, y es que una fábrica es un lugar maravilloso para la imaginación de un niño. Recuerdo especialmente la época en la que mi padre “proyectaba” y llevaba a cabo la fabricación de unas enormes compuertas para un embalse. Era fascinante ver como se movía entre tantos operarios tomando medidas o corrigiendo las acciones de estos. La capacidad de asombro y admiración que levan

El Grillo errante.

Tener veintidós años y hacer como que te aprendes de memoria los países de la UE en una clase de sociales por las noches en el IES “Marqués de Comares” habría sido muy deprimente si no fuera porque junto a mi mesa se sentaría una de las personas con las que mejor me lo pasé en aquellos años, Isaac D.G. Y es que cuando el primer día de clase conoces a un tipo con perilla, zapatos Clarks y una ironía insalubre y altamente estimulante sabes que el curso va a ser divertido. Ese primer día me contó un viaje entre el esperpento y la iniciación que había hecho meses antes por Canadá, solo y sin hablar una palabra de inglés, para buscar unos viejos amigos de su padre que vivían en lo que viene siendo el quinto pino canadiense. Al final los encontró, y disfrutó del trabajo en una granja-aserradero que le hizo pensar lo bien que estaría en España en ese momento. Las anécdotas de viajes, lecturas y de la mili me calaron hondo (las de la mili, no), tanto es así que dos meses después volábamos

Los modales.

Lo reconozco: me gusta el fútbol. Y aún peor que eso: soy hincha del Madrid. No son tiempos agradables para el seguidor madridista, tenemos un entrenador que hace su trabajo lo mejor posible disfrazándose de Napoléon y un futbolista-franquicia que se ha convertido en emblema de los “canis”. Se menosprecia el modo en que nuestro equipo gana o pierde los partidos en relación a como lo hace el rival por autonomasia: el Barça. Se ha llegado al punto en el que se ha demonizado las formas de Mou frente a las de Pep. Ya no es sólo fútbol, es política. Yo era un adolescente cuando el Barça de Cruyff maravillaba por su fútbol de ataque total: vertical, sin tantos toques, jugadores rápidos y pases largos. El germen de este Barça pluscuamperfecto está en aquel que fallaba y perdía partidos, que ganaba ligas en la última jornada tras ir segundo toda la temporada. Me gustaba aquella vulnerabilidad, como me gustaba la del equipo que lideró Zidane y que ganó menos de lo que merecía. Aquel Barça

El farsante.

Hay que tener una mezcla de suerte y naturalidad para poder ser uno de los buenos. Hacer creer a la familia, a los amigos, a las amantes, a todo el mundo que eres alguien que tiene talento para hacer algo no es fácil. Es probable que en la dificultad para ocultar la mediocridad (o la normalidad en el mejor de los casos) esté esa cualidad real e invisible que es suplantada por otra intangible y errónea/fallida. Uno puede creer que tiene ciertas aptitudes para tal o cual cosa, pero llega un día en que te das cuenta que estás equivocado, que aquello que durante un tiempo has creído posible no era más que superfluo e inútil. Es entonces cuando tienes que decidir entre revelar a todo el mundo que te has despertado de un sueño imposible o mantener un aura de eterno aspirante, animado por los que te quieren-soportan-toleran-aman. Es una mierda no tener talento, pero aún peor es hacer creer que lo tienes. Llegan los remordimientos y aparecen los jodidos muertos del armario, viviendo en un m

Es del rollo...

...que pasan más de tres años y no hay reproches. Que lo que une la calle ancha no lo rompe ni Dios. Que pueden pasar furgonas, Fugazi y Etnosur varios y seguir ahí. Que puede no haber convergencia gaditana y estar presente. Que puede haber monos y espejos y mantener una esencia imborrable. Que puede haber tinta, piel y asfalto y confiar del mismo modo. Que ha de haber vinilos y rock y surf y cerveza y la voz única sigue transmitiendo la misma verdad. Que hacer la compra juntos y tirar de calculadora después es lo que debe ser. Que necesitamos una borrachera callejera en Graná con quien se quiera sumar de grado amable y rockanrollero. Que si existe la buena suerte debería ser toda tuya. Que no hay momentos malos sino momentos superados. Que eres a la amistad lo que la guitarra a Jimi Hendrix. Que el “pan y el peasillo” no puede ser. Que Lucena se atraganta y necesita ser refundada. Que las máscaras mejicanas no son lo mismo desde que vi las tuyas. Y que las patillas lobeznianas

London Kill Me

Paseos canallas por el Soho más humeante, empiezas por Carnaby mientras merodeas el sabor de las conversaciones absurdas con el incompleto inglés del expectante. Camisas, Jackets, sandalias,...tatúate! Borra la seriedad, siente las patadas en la boca del estómago. Toma pintas y escucha a Paul Weller, el excitante. Siembras sombras en Londres, recoges sonidos de Bowie en el puro y malnacido Bristol y seguidores del West Ham roncan cánticos que alegran las derrotas, alivian su rol de equipo canalla, de ciudad del West End. Londres ardió, Londres siempre. London never end. (Summer 2001).

"The half" no es lo mismo que "the middle".

Si al abrir los ojos lo que ves es a un tipo de espaldas moviendo brazos y piernas en una, intuyo, coreografía de meditación y artes marciales no te asustes, estás en el Earls Court Youth Hostel, y todo puede pasar. Londres es diferente en verano que en invierno. Las luces de navidad y el escaparate de Harrod´s hace que te sientas como si fueras un personaje de “Love Actually”. Las inglesas tomando el sol en Hyde Park hace que te sientas un figurante de la rama londinense de la filmografía de Woody Allen. No se cuando me gusta más, pero si tengo claro mi lugar favorito de la ciudad más educada que he visitado jamás: Carnaby Street. Es posible que esta calle, que articula la santísima trinidad de la moda: Oxford St. + Regent St. + Carnaby St., sea más mito que otra cosa pero lo cierto es que la sensación de estar en el lugar que quería estar me hizo sentir de puta madre. Londres es una ciudad para inspirarse: moda, música, streetart, lifestyle, etc..., es el lugar donde un tipo con t

Almera dice.

Durante mi primer y único año en el IES “Felipe Solís” de Cabra tuve como compañero (y amigo) a un tipo al que todos llamaban por el apellido, Almera. Eso ya dice algo de la persona en cuestión. Que te llamen por el apellido puede significar varias cosas: que odies tu nombre y hubieras sabido imponer como quieres que te llamen; que sea un apellido tan peculiar que acabe engullendo el nombre que primorosamente te pusieron tus papis o que simplemente la casualidad y causalidad se dan de la mano. Almera era, y espero que siga siendo (hace años que no le veo), un tipo de carácter, como sacado de una película de Sergio Leone. Y la comparación no es casual, el tío sabia de cine muchísimo y andaba por esa época obsesionado con Eisenstein, Griffith y el montaje paralelo. Leía libros sobre fotografía y teoría del cine y además era un asiduo de puticlubs y borracheras varias. Me fascinaba como era capaz de hablar de John Ford, “Luz de gas”, Lubitsch y a continuación explicarme las dotes de u

Pasen y vean.

Siempre me ha gustado la publicidad. Soy un cliente muy dócil, fácil de convencer. A veces incluso pusilánime. Confieso que los anuncios que más me gustan son aquellos no van dirigidos a mi. Me hacen mucha gracia los que anuncian productos contra la sequedad vaginal. O los que anuncian coches claramente dirigidos a mi padre. O los que proclaman a los cuatro vientos las bondades de un pegamento para dentaduras postizas. Imagino la felicidad de una señora que encuentra en televisión la solución a la ausencia de humedad en su intimidad dos anuncios después de tomar la decisión de que la cosa que evitará dentaduras falsas y rebeldes es algo parecido a la pasta de dientes pero con adhesivo. Yo no me identifico con los anuncios de Fanta en los que un tipo serio habla como si fuera gilipollas; ni con un joven con cara de pijo que hace como que toca el fagot para ligar. Es probable que sea alguien raro por esta razón, pero no es menos cierto que los publicistas lejos de adaptar su product

El factor Petrovic.

Soy de la generación EGB. No se si es mejor o peor que la generación ESO. Para mi son solo siglas que enmarcan unos años en los que lo último que te preocupa es aprobar curso. No recuerdo con tristeza mis años en el colegio, bueno colegios (pasé por cuatro en ocho años). Tenía mis dos o tres amigos más cercanos, con los que quedaba después de los deberes para jugar al frontón o a las “bolas” (canicas). Comentábamos sobre las chicas como si fueran algo inalcanzable e íbamos al cine a ver películas como “Indiana Jones y la última cruzada”; “El padrino, parte III”; “Los cafazantasmas” o “La hoguera de las vanidades”, todo muy acorde con chavales de doce a catorce años. Pero sin duda la mayor espina que se me quedó clavada durante mis años en el C.P. “Octavio Augusto” en Mérida fue no entrar en el equipo de baloncesto del colegio. Nunca le perdonaré al profesor de gimnasia, del que no recuerdo el nombre (como con el pin de la Blackberry), no haberme incluido en un equipo lamentable que n

Corriendo riesgos

Friedrich Wilhelm Murnau fue un director de cine que, entre otras, dirigió Nosferatu el vampiro (1922). Recuerdo haber comprado la película en el simpático formato VHS a través de Discoplay a finales de los noventa. He visto la película unas tres veces y siempre la he considerado una obra maestra del expresionismo alemán. Basada en la novela de Bram Stoker “Dracula” nos presenta un monstruo chupasangre y cabrón en el periodo de entreguerras. Una película que me estremeció y que recuerdo con admiración. Pero reconozco que estoy dando un rodeo, que no quería hablar de la película y si de su director. Y es más, no quiero hablar tanto de la vida u obra de Murnau como de su muerte. Murnau falleció en un accidente de coche. Conducía su criado y amante, un joven filipino, que también perdió la vida en el accidente. He mirado en la peligrosa wikipedia y no he encontrado rastro de lo que un fin de semana escuché en el fantástico (y añorado) “Lo que yo te diga”, programa de cine de la Caden

Ver, oir, callar.

La mentira es atractiva, de uso sencillo y solución a la medida. Podemos escabullirnos de responsabilidades y quehaceres utilizándola. El ser humano es por definición mentiroso. Luchamos contra nuestras mentiras para lograr la felicidad, recordamos con una mentirosa capa de indulgencia a los que ya no están; y re-decoramos la infancia con errores no forzados. Algunos disfrutan mintiendo, otros sufren haciéndolo y el resto consienten ser engañados. La mentira es caprichosa, tendenciosa y gamberra. Y nos auto-engañamos con medias verdades, ocultando lo fundamental y ensalzando lo accesorio. Todos somos unos mentirosos, no hay modas ni tendencias que envejezcan este hecho. Nacemos, nos desarrollamos y morimos bajo este hecho desde el comienzo de los tiempos y no queremos remediarlo. Cómodos en nuestra mentira, incómodos ante los cambios. Pese a esto somos felices y hacemos felices al resto. Nos sentimos mejor por hacer sentir a los demás que son especiales. Las sonrisas nos recargan e