Los modales.

Lo reconozco: me gusta el fútbol. Y aún peor que eso: soy hincha del Madrid.

No son tiempos agradables para el seguidor madridista, tenemos un entrenador que hace su trabajo lo mejor posible disfrazándose de Napoléon y un futbolista-franquicia que se ha convertido en emblema de los “canis”.

Se menosprecia el modo en que nuestro equipo gana o pierde los partidos en relación a como lo hace el rival por autonomasia: el Barça. Se ha llegado al punto en el que se ha demonizado las formas de Mou frente a las de Pep. Ya no es sólo fútbol, es política.

Yo era un adolescente cuando el Barça de Cruyff maravillaba por su fútbol de ataque total: vertical, sin tantos toques, jugadores rápidos y pases largos. El germen de este Barça pluscuamperfecto está en aquel que fallaba y perdía partidos, que ganaba ligas en la última jornada tras ir segundo toda la temporada. Me gustaba aquella vulnerabilidad, como me gustaba la del equipo que lideró Zidane y que ganó menos de lo que merecía.

Aquel Barça de los noventa tenía a un tipo como Stoichkov que era, como decía mi padre, “el tío con más mala leche, pero un futbolista como la copa de un pino”. Aquel equipo que tenía en sus filas a Alexanco y a Koeman (de quien Luis Aragonés decía que tenía una rueda de tractor por cintura) y al juerguista Romario, quién confesaba que su rendimiento era directamente proporcional a las veces que salia por las noches e inversamente proporcional a la intensidad en los entrenamientos.

Ahora la excelencia se mide por la posesión del balón, la hipocresía en salas de prensa y los tweets graciosos.

Me gustaba más aquel Barça fallón y canalla. Y me gusta este Madrid callejero y cabrón.


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