Ver, oir, callar.

La mentira es atractiva, de uso sencillo y solución a la medida. Podemos escabullirnos de responsabilidades y quehaceres utilizándola. El ser humano es por definición mentiroso. Luchamos contra nuestras mentiras para lograr la felicidad, recordamos con una mentirosa capa de indulgencia a los que ya no están; y re-decoramos la infancia con errores no forzados.

Algunos disfrutan mintiendo, otros sufren haciéndolo y el resto consienten ser engañados. La mentira es caprichosa, tendenciosa y gamberra. Y nos auto-engañamos con medias verdades, ocultando lo fundamental y ensalzando lo accesorio.

Todos somos unos mentirosos, no hay modas ni tendencias que envejezcan este hecho. Nacemos, nos desarrollamos y morimos bajo este hecho desde el comienzo de los tiempos y no queremos remediarlo. Cómodos en nuestra mentira, incómodos ante los cambios.

Pese a esto somos felices y hacemos felices al resto. Nos sentimos mejor por hacer sentir a los demás que son especiales. Las sonrisas nos recargan el optimismo que se agota telediario tras telediario. Las caricias nos contagian de una sensación de un bienestar fugaz, confortable y necesario. Los sabores agradables nos evocan sucesos que nos hacen soñar cada noche.

El ser humano es grandioso, es capaz de construir catedrales hermosas y películas inolvidables. La naturaleza por si sola nos regala la puesta de sol de cada día en El Palmar y el amanecer en Bolonia. Todos somos el problema y al mismo tiempo somos la solución. 

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