Palos y astillas.

Proyectista. Tras una palabra repleta de enigmáticas posibilidades se esconde la profesión que desde que tengo uso de razón ponía en el apartado de “trabajo del padre” en las fichas que rellenábamos al comienzo del curso en EGB y BUP. Cuando mis compañeros o profesores me preguntaban que era eso de proyectista yo contestaba satisfecho: “es que mi padre hace proyectos”.

Desde pequeño siempre he querido saber que escondía esa frase. Visitaba su lugar de trabajo y me encontraba en su despacho con una mesa de dibujo del tamaño de una de ping-pong, libros con dibujos indescifrables y datos sobre herramientas y máquinas, y es que una fábrica es un lugar maravilloso para la imaginación de un niño. Recuerdo especialmente la época en la que mi padre “proyectaba” y llevaba a cabo la fabricación de unas enormes compuertas para un embalse. Era fascinante ver como se movía entre tantos operarios tomando medidas o corrigiendo las acciones de estos.

La capacidad de asombro y admiración que levanta en mi no admite techo alguno; rozando los sesenta años decidió que ya era hora de echarle valor a la informática, ese morlaco astiancho que se le resistía, y salió por la puerta grande. Ya jubilado sigue al día de las evoluciones en la industria metarúlgica y es un apasionado de su colección de programas de mano, su familia, su Madrid y los documentales de National Geographic.

Durante mi niñez y parte de mi adolescencia alimenté la ilusión por ser Ingeniero, para proyectar cosas. Mi padre me dio el mejor consejo posible: “me da igual si de mayor eres ingeniero, abogado o bombero, lo que si quiero es que seas buena persona y que para llegar a lo que quieras ser no pases por encima de nadie”.

Hoy es su cumpleaños. Yo no soy ingeniero (ni abogado, ni bombero,...) y si soy algo es gracias a mi padre y a una madre que para describirla en lo bueno necesitaría algo más que la entrada en este blog.

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