El farsante.

Hay que tener una mezcla de suerte y naturalidad para poder ser uno de los buenos.
Hacer creer a la familia, a los amigos, a las amantes, a todo el mundo que eres alguien que tiene talento para hacer algo no es fácil. Es probable que en la dificultad para ocultar la mediocridad (o la normalidad en el mejor de los casos) esté esa cualidad real e invisible que es suplantada por otra intangible y errónea/fallida.

Uno puede creer que tiene ciertas aptitudes para tal o cual cosa, pero llega un día en que te das cuenta que estás equivocado, que aquello que durante un tiempo has creído posible no era más que superfluo e inútil. Es entonces cuando tienes que decidir entre revelar a todo el mundo que te has despertado de un sueño imposible o mantener un aura de eterno aspirante, animado por los que te quieren-soportan-toleran-aman.

Es una mierda no tener talento, pero aún peor es hacer creer que lo tienes. Llegan los remordimientos y aparecen los jodidos muertos del armario, viviendo en un miedo constante a que no echen a andar y se conviertan en unos zombies que te siguen por la calle, en la compra, cuando vas a la piscina o te acuestas con tu chica.

Mejor ser uno bueno y que no te descubran, o uno querido y amado que crea que los demás se lo han tragado cuando en realidad te siguen la corriente para que te quieras un poco más.

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