Cinco días de septiembre.

Vivir a cien metros del recinto ferial puede ser aburrido durante trescientos sesenta días al año, pero durante los otros cinco la diversión, el jolgorio, la fiesta y el frenesí nos sacude sin compasión.

No voy a ser de esos que se quejan por cinco días al año de molestias, va con el cargo de ciudadano no-conflictivo. Ahora bien, sepan que pese a lo que van a leer paso olímpicamente de feria, eso si la feria no pasa de mi. No me importa, se que son unos días al año y si todos nos quejáramos por cosas como esta no habría Semana Santa, Carnaval, Juventudes Mundiales de la Juventud y cosas así.

Pero hay algunos aspectos que me llaman la atención y que, por mero aburrimiento (¿debería en lugar de hablar de... unirme a...?), paso a enumerar:

    a) Zapatos de ida y vuelta. Observo desde mi ventana como un intermitente, pero continuado, desfile de mujeres de todas la edades y condiciones pasean como si tuvieran bajo sus pies las brasas del Monte del Destino en busca del coche que las ha conducido hasta aquí para abrir el maletero, sentarse en el borde, quitarse sin erotismo ninguno sus zapatos de tacón y ponerse unas sandalias, manoletinas o lo que sea...pero sin altura añadida.
    b) Los pantalones blancos y ellos. Nadie debería dictar las normas contra-estética, pero hay algo que justificaría una buena dosis de astillas bajo las uñas en algunos sujetos: esos pantalones blancos (blanco nuclear, oiga) acompañados de zapatos de punta, también blancos, que lucen un tanto divertidos a según que horas. Debe ser un gusto lavarlos a mano después de un día de jarana feria mediante, ¿serán de usar y tirar?
    c) Aruñame la espalda y muérdeme la boca. La frase anterior es un verso extraído (o vomitado) de la letra de una de las canciones más repetidas en la noche del miércoles, del jueves, y seguramente del resto de la feria. No se quien la ha compuesto pero si se quien la interpreta (¿?) y realmente ha empezado a gustarme tras la cuadragésimo quinta vez que ha entrado en mi masa cráneo encefálica a través de mis pobres oídos. He dicho que se quien la interpreta, no que fuera a decirlo.


Al apartado c no encuentro soluciones, creo que voy a optar por mover las caderas en lugar de analizar una letra que va más allá de mi entendimiento. Y ojo que cuando digo mover las caderas hay quien se autolesiona la vista para no tener que ser cómplice visual de tamaño despropósito. Del b y del a sólo puedo decir que es cuestión del entorno. Si una novia no es capaz de decirle a su novio, una hermana a su hermano, una madre a su hijo, una abuela a su nieto, una amiga sensible al ridículo a su amigo que esos pantalones no deben volver a ver la luz (ni natural ni artificial) es que pronto el universo se cerrará sobre nosotros provocando algún tipo de cataclismo que nos lleve a un lugar mejor. Y respecto a los zapatos planos...pues eso!!! ¿de verdad merece la pena la esbeltez torturada? ¿acaso de noche no todos los gatos son pardos? ¿alguna promesa laica o de fe que cumplir? señoras, señoritas, niñas, púberes, atiendan las quejas de sus pinreles y den la libertad al oprimido.

No descarten verme por ahí, en una de esas cómodas casetas bailando dicha cancioncilla (venga vaaaale es “Rabiosa”, de la novia de Piqué) pero sin tacones ni pantalones blancos...¿o sí?

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