Juego de niños.
En
el parque se pueden encontrar muchos tipos de personas una tarde de
sábado: gente vestida de forma ridícula corriendo al trote;
jubilados en grupo hablando de lo bien que se vivía antes; parejas
adolescentes cogiéndose de la cintura y declarándose amor eterno y
padres jugando con sus hijos en los columpios, en las piscinas de
arena o al escondite.
Llamadme
sensiblero pero la imagen de unos padres jugando con sus hijos es
algo que me alegra el día, por muy mal que lo tenga es una imagen
que hace que los problemas obtengan una pátina imaginaria de
optimismo que me reconcilia con todo y con todos. Los hijos durante
el juego crean un vínculo con su padre en modo distinto a las
madres; estás ya lo tienen de serie, lo crean en el mismo instante
en que el latido del corazón del bebé late en sincronía con el de
la madre. Recuerdo con afecto aquellos días en que mi padre se
arremangaba y sentaba en el suelo del salón para construir con mi
hermano y conmigo un castillo con piezas de plástico.
Esto
que describo debe pasar en todas partes, imagino millones de hijos
jugando con sus padres, felices, despreocupados y sintiéndose los
más afortunados del mundo, como José y Antonio, residentes en el
barrio de Los Pajaritos en Sevilla, que también jugaban con sus
hijas, la más pequeña de seis años y la mayor de once.
Pero
ya no podrán jugar más con sus hijas porque un juez ya no les deja,
claro que si el juego no hubiera sido violarlas y dejar que otros lo
hicieran pues todo sería diferente: ellas serían felices, ellos
personas, las madres serían madres y el mundo sería como debe ser.
Pero no, esos fulanos se dedicaban a violar a sus hijas, niñas de
seis a once años, prestarlas e intercambiarlas para tener mayor
variedad, y todo bajo la mirada de sus puñeteras madres. Ahora habrá
que empezar de nuevo.
Uno
puede sentir rabia por estos seres que llevan a cabo la mayor
aberración posible, abusar sexualmente de sus propios hijos.
Indignación por un entorno que no se enteraba de nada. Vergüenza
por la simple existencia de este tipo de ser humano. Miedo por el
hecho de que estas personas puedan estar cerca de nuestros hijos.
Pena por esas niñas inocentes que tardarán mucho tiempo en tener
eso que nunca han tenido, una infancia normal. Pero lo que yo he
sentido hoy al leer la noticia es asco, mucho asco.
Comentarios
Publicar un comentario