GPS

Siempre me he orientado mal por las carreteras y ciudades que no conozco o he transitado poco y cuando me ofrecieron un puesto como comercial para la provincia de Cádiz la única solución viable a mis continuos despistes en autovías y carreteras secundarias fue comprar un GPS que, con el paso de los años, se convirtió en mi Sancho particular. La paciencia de este aparatito conmigo fue tal que llegué a pensar que tenía vida propia, llegaba a casa lo desconectaba y guardaba primorosamente en la guantera quedándose plácidamente descansando tras un duro día de ventas insignificantes y negativas constantes.

Estuvo conmigo los tres años en que día tras día comprobaba lo jodidamente difícil que es vender un producto bajo una marca que ni Dios conoce. No sólo debía presentar dicho producto con la mejor de las escenografías, debía hacerle creer al cliente que lo que decía este comercial inexperto y sonriente le iba a ir muy bien a su negocio, a veces utilizaba tácticas que había visto en Michael Scott (el entusiasta jefe de The office) como, por ejemplo, aludir al sentimental argumento de una empresa andaluza, familiar y que ponía el alma en lo que hacía -a diferencia de los importadores que traían fríamente el producto de no se que agujero del culo del mundo- pero ni mi sonrisa, ni mis educados modales ni mi GPS me hicieron triunfar en ese mundillo.

Después de aquello regrese al origen, al lugar de donde salí con intenciones de triunfo y diez meses después aquí estoy. Cuando inicié este blog lo titulé como El nudista accidental porque quien quisiera podría, libremente y desde la discreción, conocerme algo mejor a través de anécdotas, historias y reflexiones que no suelo hacer de viva voz; algún sueño, anhelo y suspiro también se van colando con cuentagotas. Ahora han pasado algo más de dos meses y medio y aunque este es, probablemente, el post en que más divago también es en el que más me desnudo.

Describía antes mi llegada a Lucena como una manera de llevar a cabo de la manera menos traumática la ruptura de algo que fue hermoso (y que sigue siéndolo, de forma diferente); roto por dentro logré rehacerme sin que se me notara más de lo deseable. Mi familia siempre ha sido ese asidero irrompible tan generoso y cómplice; amigos que creí haber perdido recuperé con mayor fuerza y otros nuevos que se han abierto lo suficiente como para que este tipo de treinta y pico sin trabajo estable y sueños de cronista se sintiera cómodo y feliz.

Han pasado muchas cosas en estos meses, y en algún momento quise acudir al mismo sitio donde tres años antes había comprado el GPS que me ayudo en mi tarea comercial para preguntar si tenían algún modelo que guiara a las personas en una nueva vida del mismo modo que lo hace el otro en carreteras y calles desconocidas. A decir verdad hubo muchos momentos en que quise un aparato que me indicara por donde ir, por tomar la dirección correcta, que me señalizara las zonas de paso prohibido y las de fácil trayecto. Pero todo sucede por algo y he ido descubriendo poco a poco y sin darme cuenta que ese GPS está en nosotros, ya viene de serie y va activándose a capricho del destino y en los momentos que ha de alertarnos. En ocasiones lo desconectamos, pulsamos el off con la intención de que nada nos afecte por miedo a que nos desestabilice. Error. Hay momentos en que estamos perdidos y por esas cosas que pasan, simplemente suceden, encontramos una salida luminosa y azul.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Jodido

El trabajo más hermoso del mundo

Consecuentes