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Si pasas veintisiete años en la cárcel por delitos políticos al quedar libre puedes hacer dos cosas: o convertirte en un grano en el culo del sistema que te ha encerrado o tratar de reconciliar al pueblo que has defendido, sacrificando tu libertad, con dicho sistema e intentar que todos vivan en paz de una puñetera vez. Nelson Mandela eligió lo segundo.

El apartheid fue una de las muchas vergüenzas que la humanidad nos brindó en el siglo XX, producto de ello se extendió en Sudáfrica un odio entre negros (colonizados) y blancos (colonizadores) tan grande que todo hacía suponer una guerra civil en uno de los países con mejores posibilidades de desarrollo económico del continente negro. Pero no fue así, y todo gracias a un abogado cautivo casi treinta años que cultivó durante ese tiempo lo que sería su legado, no sólo a su país sino al mundo entero, el perdón y la reconciliación.

Aquella situación fue propiciada por la presión internacional que era consciente que si alguien debía pilotar los deseos de los oprimidos era Mandela, un carismático líder que logró algo tan inaudito como que los negros disfrutaran como cualquier afrikaaner de la victoria de los springboks (así se conoce a la selección nacional sudafricana de rugby) en el mundial organizado, gracias en parte a él, por su país.

Mandela, junto al presidente Frederik Le Klerk (inestimable ayuda en el proceso), fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 1993, una lástima que sus sucesores en el citado premio no lograran algo parecido con el conflicto palestino-israeli: Yasser Arafat e Isaac Rabin murieron sin ver la paz (el segundo asesinado por uno de los suyos que no quería reconciliación alguna) mientras que Simon Peres hace lo que puede en un sistema ya viciado y derrotado.

Desgraciadamente la dramática crisis económica que vive España no nos permite disfrutar de uno de los momentos más deseados por la democracia: el final de ETA. Espero que seamos una sociedad más cercana a la que Nelson Mandela dirigió en los noventa que a la que pretenden inculcarnos desde el Partido Popular, la Asociación de Víctimas del Terrorismo o diversos medios de comunicación.

El epílogo de ETA deben escribirlo quienes son capaces de mirar hacia adelante sin el freno que supone estar más pendiente del pasado que del futuro.

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