El pequeñismo ilustrado.

La noche es caprichosa, se mueve a su antojo sin ofrecer una linea argumental coherente y su marcada asimetría nos depara desde penaltis no señalados a estrellas no fugaces.

Aquellas conversaciones que van y vienen, que sobrevuelan lo cáustico y se adornan con risas y complicidad tienen la virtud de la inmediatez y la desventaja de lo efímero. Son hechos improvisados que se repiten en fondo pero no en forma, y con recurrentes necesarios que toleran la audiencia.

Todo puede comenzar con una frustrada partida de poker y terminar con observaciones sobre el miedo, las frustraciones inventadas y las estrellas caprichosas. Por el camino unas cervezas con y sin y mensajes en la BB. El paisaje cambia en el modo en que la selección natural determina confidencias a bocajarro y solicitudes limpias. Camisetas perrunamente rectas; Mourinhos desfasados y un Messi que echa la pota.

Somos lo pequeño, lo enano, lo ínfimo, y hay necesidades cubiertas en ausencias y presencias. Uno se va, pero aparece otra. Otra se ofrece y se declina. Y todo es armónico, a veces una balada en formato rock, otra una sinfonía atronadora. Hay mensajes duros que son leídos y consolados (al menos se intenta); hay protagonistas a cuatro patas que van de negro y atados; hay invitaciones y merodeadores nocturnos, pero en ese pequeñismo hay intensidad, mucha intensidad.

La vida como ese triángulo escaleno en el que familia, pareja y amigos forman un tópico verdadero. El pequeñismo como esa forma de vida que no es perfecta, pero es la que queremos vivir ahora mismo.