Todos somos Fowler

El tenista alza la bola mostrándola al mundo justo antes de lanzarla al aire para golpearla con su raqueta e iniciar el punto en disputa, ¿una acción exhibicionista del que va a servir? pura cortesía, la que estipula que ante el uso de bolas nuevas el que saca lo haga saber al contrario, jueces del partido y público presente y en la distancia.

Un partido de tenis es un tratado de buenas maneras en el deporte, eso si, salvando los cabreos de MacEnroe en los ochenta o los desvaríos del loco que apuñaló a Monica Seles. Generalmente prima la educación y los buenos modales frente al ganar cueste lo que cueste.

Pero hay ocasiones en que otros deportes a priori asalvajados y alejados de toda ética demuestran que más allá de del deporte están quienes lo practican, personas. Robbie Fowler fue un delantero del Liverpool de los años noventa que tuvo varios gestos honrosos en su carrera: en un partido frente al Arsenal cayó en el área rival haciendo caer así mismo al arbitro en el error de que se trataba de un penalti. Fowler se levantó he hizo saber al colegiado que no se trataba de eso, tuvo que lanzar el penal y lo hizo de tal modo que Seaman (portero rival) pudo despejarlo sin problemas, Stan Collymore que no era tan gentlemen no dudó en marcar ante el portero gunner ya batido.

Gestos como este demuestran que más allá de un deporte hay personas que creen en la honestidad, pero todos sabemos que lo sucedido en Anfield aquella tarde no es más que una humillante excepción en un mundo cosido a patadas y tarjetas por juego antideportivo.

Aunque también hay lamentables excepciones en el caballeroso Fowler: otra tarde menos inspirada y envalentonado por los insultos y acusaciones de los supporters rivales (le llamaban cocainómano) no dudó ni un instante, al celebrar un gol al Everton, en acercarse al lugar donde se encontraban los bulliciosos aficionados del máximo rival y simular que esnifaba la cal como si de una raya de cocaína se tratara.

El ser humano es alfa y omega, y Fowler somos todos.

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