Esas cosas tan raras que hacemos las personas.

Podría nombrar cien grupos que me gustan más que Estopa, incluso podría nombrar doscientos...o trescientos. Podría incluso pensar en cuatrocientos, quinientos o seiscientos grupos que me gustan más que los hermanos simpáticos y entusiastas neo-rumberos, pero son a ellos, precisamente a ellos, y solo a ellos a los que me gustaba escuchar insistentemente durante esa media hora pre-examen tan cabrona.

Desconozco si la irritación de los que esperaban pacientemente en la fila a que un tipo del tribunal les llamara, para acceder a la sala donde nos examinábamos, era una mezcla de angustia por la prueba y asco por la banda sonora con la que amenizaba desde mi mp3 la espera o era simplemente hartazgo por la vida que les había tocado vivir. Y digo irritar porque las caras no eran de amabilidad, concordia y entusiasmo compartido, me habrían empalado si hubieran podido.

Habría sido un excelente atenuante para mis adorables compañeros de carrera, en caso de haberse dejado llevar por la lógica del asesinato, el hecho de que solamente escuchaba una y otra vez la misma canción: “Pastillas de freno”. Durante media hora, una y otra vez...

¿Por qué lo hacía?

Sencillo: sólo se que me sentía mejor, con más fuerza para encarar el examen de Didáctica General, Educación Permanente o lo que fuera, no necesitaba a mis admirados Rage Against the Machine y su maravilloso himno “Killing in the name” no, necesitaba a Estopa y su cancioncilla de las pelotas, esa que compusieron acordándose del curro de ocho horas que tenían en una fábrica que suministraba no se que historia a Seat en el cinturón industrial de Barcelona.

¿Empatía?

Comentarios

Entradas populares de este blog

Jodido

Consecuentes

El trabajo más hermoso del mundo